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Dra. Mirelsa Modestti
psicóloga / comunicadora /escritora
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Veinticuatro margaritas es la última novela de la escritora Mirelsa Modestti y es una novela de intriga política que ocurre en un futuro cercano, pero que tiene sus raíces en Ponce, en los años 50 y 60. Aunque es una pieza de ficción, está montada sobre algunos sucesos de la historia de Puerto Rico y hace referencia a algunos personajes reales y elementos de la cultura, así como de la música popular que marcaron una era en el recuerdo de los puertorriqueños.

Disponible en todas las librerías principales de Puerto Rico. Puede obtenerla también en Internet, en las páginas de Librería Laberinto, El Candil y Biblio Services y disponible también a través de Amazon.
Distribución en Puerto Rico: Filos PR
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Comenzar cada día desde cero.
Tomar consciencia plena de que cada día es una nueva oportunidad y que lo que sucedió ayer no tiene por qué decidir lo que sucederá hoy o mañana.
Tomar consciencia plena de nuestra capacidad de escribir cada página y cada capítulo de nuestra vida. Recordar que se vale borrar y comenzar de nuevo cuantas veces sea necesario.
Decidir, con plena conciencia, vivir desde el amor, desde la compasión y desde la esperanza; y repartir las tres a manos llenas.
Recordatorios...
Invierte energía solo en aquello que es realmente importante.

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Limonada gratis

Me gusta pensar que siempre hay esperanza. Y es porque creo, contra todos los pronósticos de los derrotistas, que la hay. No pienso que todo tiempo pasado fue mejor, aunque reconozco que el tiempo presente es un hueso duro de roer. Pero un día, este tiempo será pasado y quiero vivir para verle la cara al que se atreva a decir que fue mejor. La pandemia, y sus harto sabidas consecuencias, son, a mi entender, el mayor reto que hemos enfrentado los optimistas irredentos en el último siglo.
Si, ya sé que la posguerra de la Primera Guerra Mundial le roncó la manigueta, precisamente con una pandemia parecida a esta, que trajo consigo una gran depresión (déjà vú?).
Pero por lo menos aquí, en Puerto Rico, venimos de «enterarnos» que no somos ninguna perla preciada de un viejo amigo, sino una vulgar colonia de un imperio en decadencia, hemos sufrido el saqueo de un gobierno tras otro, nos partió por la mitad un feroz huracán (dos, en realidad) que dejó al descubierto el verdadero nivel de pobreza del pueblo y amanecimos en la sagrada festividad de los Tres Santos Reyes, a principio de este año, con un terremoto e incontables réplicas que nos han mecido hasta el mismo medio de la pandemia de Covid-19.
«¿Y qué tiene de bueno ese cuadro que pintas?», supongo que es la pregunta obligada. Puesto así, pues nada. Pero nunca la parte buena de algo se encontró mirando solamente lo malo. Algunos no se han dado cuenta, pero necesitábamos un frenazo abrupto y lo hemos tenido. Los padres están pasando tiempo con sus hijos, los hijos adultos están cuidando de sus padres, hemos echado mano del poder salvador del humor, estamos viendo aflorar solidaridad en muchos lugares que antes no la veíamos y estamos aprendiendo que la salvación no es tan individual como pensábamos.
Todos extrañamos la vida que teníamos. Bromeaba mi primera suegra, al hablar de lo mucho que me quería, diciendo que: «hasta a lo malo, una se acostumbra». «¡Y hasta lo extraña!», ripostaba yo y nos reíamos juntas del estereotipo de las suegras y las nueras. Nos reíamos, pero es verdad que hasta a lo malo una se acostumbra y, a veces, hasta lo extraña. Por eso, además de extrañar el abrazo y el compartir con gente querida, extrañamos la prisa, la presión, los tapones y hasta a la gente que no nos caía tan bien.
Lo que hago para que esto no me pese, además de mantenerme ocupada trabajando de nuevas maneras en lo que amo, es mirarlo desde lejos. Miro la pandemia de la mal llamada gripe española de 1918 y veo a la gente ansiosa, como nosotros, con mascarillas, como nosotros y con temor a acercarse o tocarse, como nosotros. Pero veo fotos de principios de los años veinte y la gente se ve de lo más tranquila. Nadie lleva mascarillas, la gente posa junta, trabaja junta y se abraza. En algún momento, la vida volvió a ser como antes. Seguramente, hubo secuelas. Recuerdo, por ejemplo, que a mi abuela no le gustaba saludar a la gente con besos. Sabe Dios, si un poco de estrés postraumático de la pandemia que le tocó vivir. Sin embargo, mi madre, nacida en 1933, no pudo ser más besucona y así nos crió a todos sus hijos.
¿Cómo se va a ver este tiempo en cinco o diez años? ¿Volveremos a atrever a abrazarnos sin miedo? ¿Seremos capaces de reírnos de nosotros mismos y nuestro drama de hoy? Apuesto a que sí. ¿Qué algo en nosotros habrá cambiado? Seguramente. Y seguramente, en gran medida, habremos cambiado para bien.

Crédito de la foto: Autor desconocido - https://www.theodysseyonline.com/seek-treatment, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=89018757
Atesorar
lo compartido.
Siempre tender puentes.
Buscar lo esencial.
...pase lo que pase,
nos tenemos,
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...se vale borrar
y empezar de nuevo.
Recordar que....
y que...

que siempre vuelve a salir el sol
al día siguiente
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